29 de janeiro de 2009

UNA HISTORIA SIGNADA POR LAS DESAVENENCIAS

UNA HISTORIA SIGNADA POR LAS DESAVENENCIAS

No se peleen

Los hermanos sean unidos Porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera En cualquier tiempo que fuera, Porque si entre ellos pelean Los devoran los de afuera Martín Fierro

POR LINCOLN R. MAIZTEGUI CASAS DE LA REDACCIÓN DE EL OBSERVADOR

Los blancos tienen una adhesión a su causa erigida sobre componentes pasionales. Es difícil que un blanco pueda explicar racionalmente por qué es blanco, como sí hacen un batllista o un socialista. El larguísimo exilio del poder, la defensa heroica de causas perdidas pero cargadas de legitimidad (como la defensa de Paysandú), el alimento de un espíritu quijotesco al que no le importa embestir los molinos de viento, fueron generando esta mentalidad romántica, enhiesta a lo largo de más de un siglo y medio. No es de extrañar entonces que la vieja corriente, tanto mientras fue inorgánica (“los blancos”, a secas) como cuando se organizó en el Partido Nacional, haya solucionado muy mal sus enfrentamientos intestinos. Cualquier viejo blanco lo afirma con convicción: “los colorados se odian y se putean, pero a la hora de la confrontación, barren la basura para adentro y comparecen unidos. Nosotros, en cambio, andamos siempre a la greña, y así nos va”. Cuando los blancos han acudido a las lides, en las cuchillas o ante las urnas, amalgamados en un haz, hondamente ligados por la hermosa historia y los ideales que comparten, se convierten en un torrente incontenible. En el otro extremo, cuando las diferencias políticas y los choques de personalidad –fundamentales en un conglomerado esencialmente caudillesco- provocan rupturas, los resultados suelen ser desastrosos. Una somera mirada a la historia así lo certifica. Eugenio Garzón levantado contra Oribe durante la Guerra Grande, o Lavalleja asumiendo tardíamente una filiación colorada que nunca había sido la suya en tiempos de Giró fueron el preludio de esa disonante sinfonía. Bernardo Berro presidió, entre 1860 y 1864, el que tal vez haya sido el gobierno más realizador y probo de todo el siglo XIX; pero terminó debilitado por las disidencias internas entre “amapolas” y “vicentinos”, y ello favoreció extraordinariamente la “Cruzada Libertadora” de Venancio Flores. Quien era tal vez el más importante caudillo blanco de esos años, Bernardino Olid, murió combatiendo contra sus propios correligionarios. El 27 de marzo de 1887 el Club Nacional fundado por Agustín de Vedia en 1872 se convirtió en Partido Nacional, pero la división fue inmediata: dos Directorios enfrentados compitieron por la legitimidad, uno presidido por Julio Carlos Pereira y otro por Juan José de Herrera. Pasado el ciclo saravista, durante el cual el tremendo peso de caudillo logró minimizar las disidencias, Luis Alberto de Herrera puso sus incansables energías en zurcir y reunificar la colectividad, confiriéndole carácter electoral. En 1926 el triunfo estaba al alcance de la mano; pero la deserción por la izquierda de Lorenzo Carnelli, que formó el Partido Blanco Radical, frustró esa posibilidad; Juan Campistegui superó a Herrera por 1.500 votos, y Carnelli llevó, votando aparte, 3.844 sufragios. Luego del golpe de Estado de Terra el partido se dividió entre blancos independientes y herreristas, que ostentaban lemas diferentes y se llamaban unos a otros, despectivamente, “avestruces” y “ranas”. Consecuencia: el Partido Nacional descendió en su caudal electoral de manera constante, con un pico negativo en 1942. Los incidentes de la campaña electoral de 1999 están demasiado cercanos como para que sea necesario recordarlos. La historia muestra también la contracara de esa moneda; Aparicio Saravia galvanizó a los blancos y les confirió una mística de victoria que sólo se quebró con su muerte. Cuando se logró la reunificación en 1958 la “pamperada blanca” fue incontenible, y quebró 93 años de predominio colorado. Wilson Ferreira Aldunate volvió a amalgamar a la casi totalidad del Partido y perdió por margen mínimo las tramposas elecciones de 1971. Y en 1989, aún con el recuerdo del gran caudillo civil fresco en la memoria, el nacionalismo unido ganó con amplitud las elecciones. La lección de la historia no puede ser más clara. Y es bueno tenerla presente cuando vuelven a aparecer sombrías nubes de desunión en el horizonte. Ya herido de muerte, Wilson convocó un día a Luis Alberto Lacalle y a Dardo Ortiz y les dio un consejo: “cuando yo no esté, no se peleen”. En el panorama actual, ese testamento político se erige, a la vez, en advertencia y admonición. linmaica@hotmail.com